La granja siempre ha sido parte de mi vida. Recuerdo jugar con mi hermana mientras mi padre trabajaba, creando mundos ficticios: la granja del vecino podía ser una imponente ciudad comercial, un pequeño granero el lugar donde vivía un sabio poderoso y el viejo remolque, un barco de guerra feroz.

Extraño esos momentos y ese sentimiento ha sido uno de los principales impulsos para hacer esta película, pero ahora estoy jugando con el género del oeste en su etapa crepuscular.

Esta vez, las granjas y los almacenes son viejas haciendas gobernadas por vaqueros cansados, conscientes de que su tiempo ha pasado y que se han quedado atrás, abrumados por el progreso y la nueva generación emergente de la gran industria agrícola.

Estos pequeños campesinos, como un héroe del oeste, fueron los encargados de llevar la "idea del progreso" a la zona, pero una vez hecho esto, quedaron relegados al margen y condenados a desaparecer.

Hoy en día, en la granja, mi padre es el único trabajador y, cuando se jubile, nadie continuará con ella. Será el fin de tres generaciones de agricultores que habitaron ese lugar.

Los Saldos es una carta de despedida ácida y alegre a un tiempo que, como muchos otros, la historia dejará atrás.